La crisis de los 25, también conocida como la crisis del cuarto de vida o del cuarto de siglo, está ampliamente reconocida en el mundo de la psicología. Se identifica con un momento de vértigo que se da entre los 21 y los 29 años coincidiendo con la inmersión en la vida adulta y sus responsabilidades.
Tras dos décadas de estudio, en las que el camino que tuvimos que seguir estaba dirigido y masticado, los veinteañeros (entre los que me incluyo, y por eso utilizo la primera persona del plural) nos lanzamos a nadar sin flotador ni manguitos en un mar de responsabilidades, libertades y decisiones en el que, casi siempre, naufragamos. La confusión, la incertidumbre y el miedo al fracaso son los primeros síntomas del inicio en el mundo real, una vida adultavmuy diferente a la que imaginábamos.
En esta etapa, hacemos honor a la expresión ni fu ni fa. No somos niños ni mayores; somos trabajadores pero nos llaman becarios; vivimos entre la nostalgia del pasado, la inseguridad del presente y la incertidumbre del futuro; nos dicen que “se nos pasa el arroz”, pero que estamos “en la flor de la vida”; nos preguntamos dónde estaremos dentro de un año y ni siquiera sabemos dónde estamos hoy. El estado ni fu ni fa no es divertido y nos crea inseguridad, por eso empezamos a sentirnos apáticos con la vida: esto no es lo que esperábamos, pero ya es tarde para negarnos a crecer y para aplazar las decisiones.
EL TRABAJO, LA PAREJA Y LOS AMIGOS
La crisis del cuarto de siglo nos regala un periodo de reflexión en el que sobre todo analizamos, por este orden, el trabajo, la pareja y los amigos. Todo se entremezcla y cambia de posición en nuestroránking de prioridades.
Sobre estos tres ejes, nos cuestionamos si el lugar en el que estamos coincide con el lugar en el que queríamos estar. Optamos por tomar el ámbito profesional como rasero para saber si hemos triunfado o hemos fracasado en nuestros planes. Quizás nuestro trabajo esté lejos de nuestros sueños, o no, pero en cualquier caso no hay prisa. Hay que tener en cuenta que aquello que consideramos un éxito no llega de la noche a la mañana, es un proceso lento que nos lleva por distintas experiencias hasta que estamos preparados. Somos jóvenes y tenemos muchos años y energía para conseguirlo. No lo olvides.
Las relaciones de pareja son más maduras, estables y profundas. De repente, nuestra pareja no es eso que usábamos para entretenernos cuando nos fallaban otros planes. Ahora, lo es todo: es nuestro nido de amor y cariño, forma parte de nuestra familia y se transforma en nuestra mejor amistad. Empezamos a plantearnos temas más serios que hace nada quedaban a años luz. Ya no es tan ridículo pensar en hijos, casa y boda, aunque sea a largo plazo.
Si no tenemos pareja, nuestro interior conspira para encontrarla porque si no nos sentimos fuera de lugar, como si no encontrásemos nuestro sitio, como si realmente se nos estuviese “pasando el arroz”.
Empiezan a cambiar las tornas e ingresamos en un periodo en el que el trabajo y la pareja nos absorben el tiempo que antes dedicábamos en exclusiva y prioritariamente a los amigos. El mundo al revés. Es complicado coordinar horarios y el círculo de amistades se hace más pequeño. Al principio, es difícil acostumbrarse y aceptarlo pero terminamos por darnos cuenta de que ese pequeño círculo se ha cerrado con la gente que nos quiere de verdad. El resto estaba de sobra.
Anhelamos la vida del estudiante, sin más preocupación que la de aprobar, y se nos olvida disfrutar de nuestra edad actual, que no volverá y está llena de beneficios aunque no nos demos cuenta: mayor independencia, nuevos amigos, sueldo, madurez, estabilidad en la pareja…
LA PRESIÓN SOCIAL
Vivimos deprisa, creyendo que es el momento de tener hijos y comprarnos una casa, simplemente porque la sociedad nos dice que tiene que ser así. Recibimos constantes mensajes de presión socialque nos agobian en una etapa difícil: “Se te está pasando el tren” o “Yo a tu edad ya me había casado y tenía tres hijos”. Ante estas presiones tenemos que tener claro que cogeremos el tren cuando en nuestro interior sea el momento oportuno. Es una decisión personal, no comunitaria ni que haya que tomar en público. Casarse y ser padres son compromisos que sólo se deben adquirir cuando estemos seguros y más en la época en la que vivimos: sin trabajos fijos, con contratos basura y sueldos irrisorios. Hipotecar nuestro futuro con este panorama es un acto de irresponsabilidad por mucho que se empeñen personas que vivieron en otro contexto y con otra mentalidad.
EL ESPEJO Y LA LEY DE LA GRAVEDAD
A los veinticinco, la gravedad cumple su ley y el espejo es fiel a su reflejo. Por si fueran pocos los problemas existenciales, nuestro aspecto físico nos propone una nueva batalla
En cuanto detectamos estos síntomas emprendemos una feroz carrera para seguir pareciendo adolescentes. Las mujeres nos volvemos presumidas hasta el extremo y el maquillaje se vuelve nuestro aliado a diario. Los hombres se apuntan a la moda “metrosexual” y tiran de cremitas, dietas y gimnasio. Al final, la solución reside en nuestro interior. El secreto está en una actitud activa y positiva ante la vida acompañada de deporte, que nos lleve a aceptarnos tal y como somos para estar bien con lo que nos rodea.
En suma, la crisis de los 25 es, al igual que la de los 30, la de la mediana edad, etc…, producto del miedo a hacernos viejos. Sin embargo, no dejes que los demás la subestimen y absorbe todo lo bueno de ella porque es un paso más en tu configuración como persona.
La crisis es menos crisis si la miras como un cambio y como una oportunidad. Es el momento de aprender del pasado, disfrutar del presente y crear el futuro.
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